Del muro al museo: el grafiti como arte legítimo
Durante décadas, el grafiti fue considerado vandalismo, una forma de expresión marginal y clandestina. Sin embargo, en los últimos años, el arte urbano ha irrumpido con fuerza en galerías, museos y ferias de arte contemporáneo, ganando legitimidad y reconocimiento global. ¿Qué cambió? ¿Cómo pasó de las calles al mundo del arte institucional?
El origen rebelde
El grafiti nace como una forma de protesta, una voz en los márgenes, especialmente en ciudades como Nueva York durante los años 70. Era una forma de ocupar el espacio urbano y hacerlo propio, con firmas, tags y murales que hablaban de identidad, resistencia y comunidad.
La transformación artística
A medida que artistas como Jean-Michel Basquiat, Keith Haring, Banksy o Shepard Fairey comenzaron a captar la atención del público, el grafiti se transformó en una herramienta artística con peso político, social y estético. La calidad técnica, el contenido crítico y la innovación visual llevaron al arte urbano a ser reconocido más allá de su contexto original.
Hoy: entre calle y galería
Artistas como Felipe Pantone, Okuda San Miguel o Vhils han llevado su obra a museos sin abandonar la calle. Esta dualidad ha generado una nueva corriente artística que no necesita validación institucional, pero que la recibe. En muchos casos, los muros siguen siendo el primer lienzo, y las exposiciones una extensión de ese mensaje.
El reto: conservar el espíritu callejero
La pregunta clave hoy es cómo mantener la esencia del grafiti —espontaneidad, riesgo, contexto urbano— dentro del marco institucional. Algunos artistas optan por intervenciones efímeras, instalaciones interactivas o piezas que se «activan» con el espectador, conservando ese vínculo directo con la ciudad y su gente.